lunes, 2 de junio de 2014

El catalizador de ese enojo es el Mundial. Obviamente, las protestas no son contra el fútbol, sino contra algunas prácticas administrativas y contra los chanchullos surgidos de la realización del evento. El Mundial ha supuesto una colosal inversión estimada en unos 8200 millones de euros. Y los ciudadanos piensan que, con ese presupuesto, se hubieran podido construir más y mejores escuelas, más y mejores viviendas, más y mejores hospitales para el pueblo.

Varios movimientos protestatarios tienen por lema “Copa sem povo, tô na rua de novo” (“Copa sin el pueblo, estoy en la calle de nuevo”), y expresan cinco reivindicaciones (por los cinco Mundiales ganados por Brasil): vivienda, salud pública, transporte público, educación, justicia (fin de la violencia de Estado en las favelas y desmilitarización de la policía militar) y, por último, una sexta: que se permita la presencia de vendedores informales en las inmediaciones de los estadios.

Los movimientos sociales que lideran las manifestaciones se dividen en dos grupos diferentes. Una fracción radical, con el lema “Sin derechos no hay Mundial”, pacta objetivamente con los sectores más violentos, incluso con los “Black Bloc” y su depredación extrema. El otro grupo, organizado en Comités Populares de la Copa, denuncia el “Mundial de la FIFA” pero no participan en movilizaciones violentas.

De todos modos, las protestas actuales no parecen poseer la amplitud de las de junio del año pasado. Los grupos radicales han contribuido a fragmentar la protesta, y no hay una dirección orgánica del movimiento. Resultado: según una reciente encuesta, dos tercios de los brasileños están en contra de las manifestaciones durante el Mundial. Y, sobre todo, desaprueban las formas violentas de las protestas (5).
pequeña gente haciendo pequeñas cosas, consigue grandes metas.proverbio africano

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